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A UNO DE ESTOS
MIS HERMANOS MÁS
PEQUEÑOS...
L
os adventistas somos llamados a proclamar “el evangelio
eterno” (Apoc. 14:6) a todo el mundo. Al hacerlo, simplemente estamos obedeciendo las palabras de Jesús de
hacer discípulos, bautizarlos y “enseñ[arles] que guarden
todas las cosas que os he mandado” (Mat. 28:20). Y entre las
cosas que él ordenó fue que nos ocupáramos de los que sufren, de
los oprimidos, los pobres, los hambrientos, los presos.
Al fin y al cabo, fue Jesús quien, después de contar la parábola
del buen samaritano (Luc. 10:30-36), ordenó a sus oyentes: “Ve,
y haz tú lo mismo” (Luc. 10:37). Fue Jesús quien, al describir el
momento en que dividiría a las naciones frente a él “como aparta
el pastor las ovejas de los cabritos” (Mat. 25:32), habló de cuán importante es ayudar a los hambrientos, los enfermos, los desnudos
y los presos. “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de
estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mat. 25:40).
En otras palabras, además de la proclamación de las grandes
verdades sobre la salvación, el Santuario, el estado de los muertos
y la perpetuidad de la Ley, debemos atender las necesidades de
los demás. Y ¿qué mejor manera de llegar a la gente que también
trabajando en beneficio de ella? Como escribió Elena de White:
“Sólo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la
gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba
hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía sus necesidades y
se ganaba su confianza. Entonces les pedía: ‘Sígueme’ ” (MC 102).
Según un cálculo, las Escrituras contienen 2.103 versículos
que expresan la preocupación especial de Dios por los pobres y
los oprimidos. En comparación con muchos otros aspectos de la
fe, la doctrina y la vida cristiana en general, el peso de las referencias sobre el servicio a los necesitados es abrumador. Debemos
tomarnos en serio la obra de aliviar el dolor y el sufrimiento que
existen a nuestro alrededor. Esto no nos aparta de la obra de difundir el evangelio; al contrario, puede convertirse en una forma
poderosa de hacerlo.
3
Por supuesto, es bueno ayudar a los
demás por el solo hecho de ayudarlos. Debemos “hacer justicia” (ver Miq. 6:8) simplemente porque es correcto y es bueno
“hacer justicia”. Con todo, ¿no es aún
mejor que, mientras hacemos justicia y
ayudamos a los demás en sus necesidades
inmediatas y temporales, también les señalemos la “razón de la esperanza que hay
en vosotros” (1 Ped. 3:15), que es la promesa
de la vida eterna en Cristo?
Jesús sanó enfermos, dio vista a los
ciegos, curó a los leprosos, e incluso resucitó a los muertos. Pero todos aquellos a
quienes él ayudó iban, tarde o temprano,
a morir, ¿verdad? Entonces, a la larga,
hizo más que atender sus necesidades inmediatas. Sí, él atendía a los que sufrían,
pero luego les ordenaba: Sígueme. Y esa es
la razón por la que nosotros también debemos atender las necesidades de los que
sufren, y luego pedirles que sigan a Jesús.
Sin duda, al procurar la justicia y la
bondad en el mundo, estamos preparándonos para el Reino de Dios (ver Luc. 4:18,
19) de una manera tan fiel, tan válida y
quizá tan eficaz como la predicación.
Cuando cuidamos a los pobres y a los
oprimidos estamos honrando y adorando a
Dios (ver Isa. 58:6-10). Pero, si no ayudamos
a los que sufren, a los quebrantados, no representamos bien a Dios (ver Prov. 14:31).
Por ende, este trimestre veremos lo que
la Palabra de Dios dice (y dice mucho) sobre
nuestro deber de atender las necesidades
de quienes nos rodean.
“De gracia recibisteis, dad de gracia”
(Mat. 10:8). Esto lo dice todo.